Es inesperado.
Siempre te busco, siempre, pero nunca te espero.
Quizá sea ese el truco de la espera.
Un año, dos, y una vez fueron seis.
Dónde andabas entonces?
Qué paisajes lejanos coloreabas?
Acá encontré sombras,
caminos perdidos en la selva y viejos templos.
Te busqué en lugares oscuros, ocultos,
en las cimas claras donde el viento es fresco,
en los callejones como laberintos y en sus gatos,
hasta en las ruinas de aquel banquito
en los recortes que quedaron de tu escuela
rotos
opacos ya
llenos de tu forma repetida mil veces
ninguna tú
ninguna con luz.
Así llegas, sin anuncio.
Mi alma se llena de ese dolor que tú sola conoces.
Te siento cerca. La luz entra por mi herida.
Huyen las sombras al horizonte y mueren.
Todo lo cubres de ocre, todo.
Te busco. Todavía no te veo.
Estás aquí, venida de tan lejos, y te busco
como busca un niño su regalo en nochebuena.
Quizá serán horas esta vez, o me muestres otra vez ese poema.
Quizá me lleves a otro edén oculto,
quizá me dejes una pista hacia tu cuerpo.
Estás aquí, y te busco.
No te he visto, y ya acaricio tu nostalgia.
Ya sentimos las cosquillas que se hacen nuestras almas.
Te encuentro.
Sonríes. Así te reconozco.
Así te reconocí aquí afuera.
Vagabas en veredas secretas de mi mente como en casa.
Qué hacías ahí? Cómo llegaste?
Sonríes, solo eso, y respondes sin palabras.
En tus grandes ojos fijos nace la paz de la tarde eterna.
Vamos. Hay un mundo entero que ver, y huyeron todas las sombras.
Cuando te vas, las siento volver.
La luz se hace fría y se aleja la tarde que nunca termina.
Tu ser se aleja con ella y la herida se cierra.
Somos dos otra vez, y ya eres hecha otra vez de palabras.
Entra cruel la mañana. El día opaca nuestro mundo callado.
Desespero,
intento volver,
abro los ojos internos pero el resplandor me hace ciego.
Con el último rayo de ocre se cuela un susurro.
«Encuéntrame»