Te pareces a ella. Las guacharacas cantaron dos veces, y ya te pareces a ella.
La conocí fuera del tiempo, con Venus asomado a ver las ardillas dormir desde la sierra quebrada. Allá atardecía, y yo llevaba toda la vida paseando por calles rotas entre niños jugando al futbol con cajas de origami. Los demás estaban lejos, como siempre, y el mundo era mío. Hubiera podido volar sobre los papagayos del Tibet o jugar una partida de póquer en R’lyeh, pero hay algo más fascinante en la grama que crece de las grietas de una avenida olvidada.
No sé qué pasos me llevaron a ella, pero me senté a esperarla en el banco fuera de su escuela sin saber que existía — quizá porque el mundo era de ella. Se sentó junto a mí, y el ocre del sol reflejado en su pelo me encerró en el mismo silencio de tonto que ayer conociste. Discúlpame: es que te pareces a ella.
Leías un libro; recuerdas? Yo lo ojeaba desde su izquierda, y entendí que era hecha del fuego que ardía en la página abierta. Era el poema más bello que jamás ha quemado una página. Nos miramos y tuve un último instante que alcanzó para jurar encontrarla. Desperté, y 15 años después fue anteayer.
Hágale caso a Mario:
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
Es tan lindo sospechar que quizá usted existe.